Si el Padre Piquer levantara la
cabeza, como todo el mundo se daría un coscorrón con la tapa de su ataúd, pero
si posteriormente consiguiese salir a darse una vuelta por este Madrid en el
que residió buena parte de su vida se llevaría un gran disgusto.
Pero para entender el porqué se
daría semejante disgusto antes debemos conocer quien era este hombre. Pues bien
el Padre Piquer, a parte de una Avenida del castizo barrio de Carabanchel, fue
un sacerdote natural de Valbuena, Teruel.
Probablemente su hecho más
destacado fue fundar el Monte de Piedad de Madrid. Empecemos por ver que era un
Monte de Piedad. Los Montes de Piedad eran una especie de casa de empeño que
vieron la luz en la Italia del renacimiento de mano de la Orden Franciscana.
Por aquel entonces los intereses que cobraban los prestamistas eran muy
elevados, llegando incluso al 200% en algunas ocasiones. Ante esta situación
los franciscanos crean estas pequeñas casas de empeño destinadas a proporcionar
liquidez a la población más humilde. El funcionamiento era sencillo, el
necesitado depositaba algún tipo de prenda y cambio recibía el dinero que
necesitase sin que se le cobrase ningún tipo de interés, una vez que lo
devolviese recuperaba el objeto que había dejado como fianza. El sistema era
sencillo, era eficaz, no tenía animo de lucro y además respetaba la dignidad
del necesitado, que no recibía una simple limosna sino un préstamo el cual
además se comprometía a devolver a cambio de recuperar un determinado objeto,
de esta manera se favorecía que el prestatario hiciese un uso responsable del
dinero prestado. El sistema funcionaba francamente bien y supuso un importante
apoyo para las clases necesitadas de Italia.
El Padre Piquer no era
franciscano, pero en su trabajo como sacerdote de un convento de monjas
franciscanas tuvo oportunidad de conocer los proyecto de dicha Orden. Y con tan
genial idea bajo el brazo creó el Monte de Piedad de Madrid, primer monte de
piedad de España. La idea fue tan bien acogida en la capital y en la Iglesia
española de forma que pronto empezaría a surgir otros Montes de Piedad en el
país.
Pero los Montes de Piedad, al
crecer, se encontraban con un importante obstáculo. Los costes de
administración crecían y cada vez había más gente intentaba lograr prestamos.
Mas se agravaba aun la situación en épocas de crisis, tan frecuentes como una
sequía o una granizada a destiempo. Esto hizo que un primer momento hubiera que
comenzar a cobrar un interés. Pero dado el carácter no lucrativo de estos entes
el interés era bajo y no lograba satisfacer del todo las necesidades de
financiación de los Montes.
Ante esta necesidad (y casi un
siglo y medio después de la fundación de Monte de Piedad de Madrid) el Marques
viudo de Pontejos, (otra calle de Madrid, famosas por sus mercerías), Joaquín
Vizcaíno, impulso la transformación del Monte de Piedad en Caja de Ahorros.
Estas Cajas lo que pretendían era complementar la actividad de los Montes.
Para satisfacer la necesidad de
dinero para prestar del Monte, la Caja actuaría desarrollando una actividad
financiera también destinada a las clases más humildes. La Caja pretendía
recibir depósitos dinerarios de clases humildes, dándoles un pequeño interés
obtenido de los prestamos. De esta manera se podía mantener la actividad de
prestamista del Monte de Piedad y se incentivaba una cultura del ahorro entre
las clases más humildes en un época en que la Banca estaba orientada únicamente
a los grandes potentados. Así pues el Monte de Piedad y Caja de Ahorros de
Madrid tenía un funcionamiento simple. Recogía dinero de gente humilde a la que
le daba un pequeño interés y prestaba dinero a cambio de un pequeño interés y/o
una prenda en fianza.
En definitiva era la obra
altruista de un humilde sacerdote turolense, posteriormente reformada por un
noble ilustrado y filántropo. Y a imagen y semejanza empezaron a crecer en
España Montes y Cajas bajo el amparo unas veces de los poderes público y otras
bajo el paraguas de ordenes religiosas.
Y si han seguido hasta mi pequeña
disertación histórica saben porque el Padre Piquer se llevaría un disgusto.
Porque inimaginable ha de ser la sensación de que la obra de tú vida, una obra
destinada a hacer la vida más fácil a los pobres se haya terminado convirtiendo
en una entidad que no tiene reparos en desahuciar necesitados. En una entidad
que no tiene reparos en hacer negocios de dudosa honradez vendiendo acciones
preferentes a ancianos desvalidos e ignorantes de lo compraban. Ver que ese
ente que debía de prestar dinero a los necesitados haya dilapido el ahorro de
millones de honrados trabajadores en prestamos a grandes empresarios como el
imputado Diaz Ferran o a usureras inmobiliarias como Martinsa-Fadesa. Ver que
esa caja, regida por poderes públicos que debían de asegurar el carácter social
de la entidad, renunciara a sus principios de filantropía e interés general en
aras de un capitalismo salvaje tiene que doler y mucho al Padre Piquer. Porque
ese capitalismo salvaje ni casa con la razón de ser del Monte de Piedad, ni con
los deseos del Padre Piquer, ni con el carácter no lucrativo de los entes que
la controlaban (Asamblea de Madrid y sindicatos)
Así pues supongo el enorme
disgusto que de poder ver esta situación tendría el Padre Piquer, imagino su
rabia, su indignación y como probablemente estaría al lado de los desahuciados
y los estafados, protestando contra toda la corrupta cohorte que llevó una
noble obra la más antagónica y abyecta degeneración moral. Imagino como su
espíritu, de vagar por las calles de Madrid estaría, junto con el de Pontejos,
al lado de las victimas de semejantes tropelías. Imagino cómo, si existe una
justicia universal el Padre Piquer estará sentado en el puesto del fiscal,
acusando vehementemente a los que viciaron su obra hasta hacerla irreconocible.
Pero ni el Padre Piquer
resucitará, ni puedo saber si su
espíritu se encuentra entre nosotros. Sólo sé, que es una lastima que hoy en
día no haya más Padres Piquer ayudando a los necesitados. A pesar de que no son
pocos los Piqueres de hoy en día.
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