viernes, octubre 19, 2012

Apagón.


Hoy les voy a contar una anécdota. No una anécdota divertida, ni curiosa, una anécdota trivial. Ayer estaba yo en mi casa delante del ordenador cuando se fue la luz. Bueno es algo normal, no es que sea habitual, pero tampoco es un suceso extraño. Cada vez la luz se va menos. Recuerdo cuando era pequeño, en el pueblo había un apagón al refulgir el primer relámpago. Cada vez que había tormenta no había luz. Hoy ya la luz no se va ni en los pueblos. Para que haya un apagón ha de haber una avería inevitable en alguna vetusta instalación o que alguien haya decidido robar cable de la red eléctrica.

Y debo decir que me sorprendió el hecho. En primer lugar, me llamó la atención la poca preparación de mis vecinos para tal inconveniente. Muchos de ellos no tenían linterna ni velas. De acuerdo que es un suceso poco frecuente pero caray, una vela hasta hace cincuenta años era algo imprescindible en este país, y hasta hace apenas quince años en determinadas regiones rurales era algo bastante útil.

Pero lo que más me fascino fue que me asaltó fuertemente el aburrimiento. Es curioso cómo nuestro ocio depende de la electricidad. No podía ver nada en Internet, no podía ver la tele, podía oír una radio a pilas...si encontraba pilas, pero no soy muy aficionado a al radio. Podía leer, pero a luz de una vela no se ve un comino. Total que no sabia que hacer. Me quedaba el móvil, gracias a que lo había cargado un poco antes. Pero una batería no dura eternamente. Y me pregunte como pasaban antes el tiempo. Le pregunte a mi padre, uno de esos hombre que conoció la vida sin electricidad. Y la respuesta fue que no debían ser noches muy divertidas sobre todo en invierno en que son largas. Eran de un pueblo de la sierra y en cuanto anochecía tenían que pasar la noche encerrados en casa porque en la calle hacia mucho frío. Es decir a la seis a casa. Tampoco había otro sito para ir, no había taberna pues era un pueblo muy pequeño y cómo el clima era frío y estaban en la montaña la tierra no daba vino. Con lo que el poco disponible era caro y escaso. Encerrados toda la familia en una habitación, con la lumbre al mínimo para que no se apagase y un único candil. (a esas alturas tampoco se crían olivos con lo que el aceite escaseaba, quedaba la cera para velas, pero tampoco es que las abejas sean amantes del frío)  Esa era una noche de invierno. Y pasaban el tiempo contándose que habían hecho cada uno, si habían arado la finca de no se qué, o no se quien, entera y planificaban el día para mañana. Uno tenia que labrar, el otro amasar el pan, otro cuidar las cabras etc.  El ocio era en parte una reunión de trabajo. Mientras mi abuela a tan parca luz se dedicaba a zurcir, coser y remendar. Y luego quedaban las chanzas y anécdotas, probablemente un tanto manidas en un pueblo en el que no pasaba nada y en el que el periódico era una cosa rara. Y hoy, yo, su hijo, una sola generación no sabe que hacer sin televisión y no puedo estar dos días sin ver el facebook. Y seguro que a alguno de mis lectores les pasa igual. Hay que ver lo que dependemos de la electricidad, y ya no solo para cosas como hacer una transferencia bancaria, regular el trafico o casi cualquier otra actividad de nuestra moderna sociedad. Al fin y al cabo eso son actividades en cierto modo ajenas a nosotros. Dependemos de la electricidad para no aburrirnos, que es una actividad, un hecho de nuestro interior. Hemos interiorizado en nuestra propia naturaleza en hecho de tener luz por la noche. No sabemos estar sin ella. Cada vez estamos más lejos de nuestra esencia animal, natural. Ahora si que somos un “animal social” y no porque tendamos a vivir juntos sino porque sin los lujos de nuestra sociedad no sabríamos sobrevivir. El europeo moderno medio no duraría sobreviviendo en el campo ni tres días. Nos hemos acomodado hasta limites insospechados. A veces pienso que en Europa sería imposible que se repitiera la II Guerra Mundial, no sabríamos vivir en tales carencias. Preferiríamos una dictadura que aguantar privaciones. Ya no somos lo que éramos, nos hemos hecho dependiente de nuestros propios inventos. Y lo peor de todo es que apenas ninguno sabemos como funciona todo aquello sin lo que no sabríamos vivir. ¿cuantos entienden de arreglar un trasformador eléctrico, un ordenador o un televisor?

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