El otro día estuve en un bazar
chino. No en un mini bazar de barrio, de esos en que puedes encontrar revuelta
la lejía con un juguete infantil o unas bragas con aspecto de producir
urticaria. No, fui a un macro bazar situado en el polígono industrial.
No me gusta ir a comprar fuera
del barrio, prefiero el pequeño comercio, no sólo por solidaridad o ideología
sino principalmente porque odio esos barrios en los que para comprar el pan
tardas diez minutos en coche. No me gustan los desiertos, me gusta salir a la
calle y que haya algo de gente. Y eso lo proporciona el pequeño comercio.
Pero el caso es que me habían hablado maravillas del
sitio. Y allí me plante dando un largo paseo. El macro bazar estaba situado en
una antigua tienda de muebles. Eran nada menos que mil doscientos metros
cuadrados de bazar. Enormes e interminables estanterías de la más diversa
quincalla aparecían ante uno cual guerreros de Xian en perfecta formación. Era
todo un centro comercial, un gran almacén. Nada de lujos, nada de suelos bruñidos,
ni cartelones enormes anunciando ofertas, ni esas fotos tamaño gigante de
modelos de sonrisa impecable pasando por los perfectos progenitores de serie
estadounidense. Tan solo la desgarbada opulencia de una cantidad ingente de
artículos. Opulencia, quizá no de artículos de buena calidad, pero si de
artículos inagotables. La riqueza en estado puro, no una riqueza de lujosa,
sino una riqueza abundante, la sensación de riqueza que produce el pensar que
la escasez es inimaginable. Y allí me puse yo a pasear, a perderme entre
pasillos. Muchos de los productos era habituales, pero elevados en cantidad a
la enésima potencia. Flores de tela reproducían todos los colores del arco iris
en un sinfín de especies. También artículos de supuesto oropel, un pequeño mostrador
albergaba pesados relojes de pulsera, de gran aspecto y bajo precio, a su lado
un refulgir impresionante brotaba de anillos de oro y brillantes, un refulgir
tan impresionante que delataba la propia falsedad del producto a leguas. Pero
no sólo eso, artículos por mi nunca vistos en un bazar se encontraban allí;
cajas fuertes de todos los tamaños, algunas de la altura de un hombre, jaulas
para cualquier clase de pájaro o roedor, cañas de pescar junto a cebos y
sedales. Todo lo que uno pudiera desear. Y debo de reconocer que me sentí
impresionado ante tamaña abundancia.
Al final compre un pequeño bolso
de caballero, mariconera le llaman algunos, permítanme que lo nomine como
morral o zurrón, más acorde a nuestra buena lengua castellana. El citado objeto
era como todo lo que se hallaba allí de pésima calidad y sabía que duraría
poco. Y me asaltó un ligero remordimiento. Estaba comprando basura, basura que
era tan barata no sólo por la pobreza del material sino también por la miseria
que cobraban los obreros que lo fabricaban. Y me sentí culpable. Me sentí
cómplice de un sistema de explotación, de mantener con mi compra un sistema de
moderna esclavitud, de perpetuar un sistema internacional de capitalismo
salvaje en el que las personas se encuentran al servicio de la economía y no al
revés. Y me sentí traidor, traidor hacía tanto obrero español que desea poder
ganar un salario justo y que se ve obligado a cerrar su pequeño negocio o
quedarse en paro frente a esa rapaz competencia asiática.
Y me pregunté qué hacía allí comprando eso. Y rápido halle la respuesta.
No podía permitirme comprar productos de calidad y fabricados por trabajadores
con salarios decentes. Mi salario no me lo permitía. Yo también era victima de
ese sistema de explotación, ya al igual que el chino de la fabrica era
explotado por un sistema que apenas me pagaba para malvivir. Quizá fuese un
autoengaño para comprar el producto pero sospecho que no. Los asiáticos han
ganado. Han decidido vender barato a costa de explotar a su pueblo, para competir
hemos bajado nuestros salario y el resultado ha sido una masa de trabajadores
europeos mal pagados, que únicamente pueden permitirse consumir los artículos
que produce el obrero chino. Mediante la explotación de los suyos han acabado explotándonos
a nosotros. Han creado un mercado global enorme pero con bajo nivel adquisitivo,
que sí o sí, gira en torno a su barata industria. Y como colofón una pésima
calidad que asegure un consumo regular de productos basura. Y me fui triste, lo
que parecía una bonita excursión al mundo de jauja fue una pesadilla a la
realidad subyacente a este Matrix que disfraza nuestra realidad de abundancia y
de una imaginaria superioridad sobre el resto de parte del sistema, cuando en
realidad estamos tan sometidos al sistema como el pobre obrero chino. Quizá
seamos la pieza mimada del sistema, pero no dejamos de ser una simple pieza.
La triste realidad es que incluso nosotros mismos nos estamos convirtiendo en objetos de bazar chino, baratos y hechos en serie, sin ninguna oportunidad de convertirnos en un producto de mayor valor.
ResponderEliminar